miércoles, 15 de febrero de 2017

RELATO: El flotador más feo del mundo

El flotador más feo del mundo


Aún recuerdo aquel día tan especial de playa con mi familia. Estábamos mi padre, mi madre, mi hermano mayor, mi hermana menor y yo. Acabábamos de llegar, así que elegimos un sitio, clavamos la sombrilla en la arena aunque nos costó hundirla lo suficiente, desplegamos las toallas en el suelo y rápidamente los tres nos fuimos al agua corriendo como locos.

Mi hermano y yo nos tiramos de cabeza, directamente, sin pensar, era lo mejor. Mi hermanita nos miraba algo temerosa desde la orilla, era más cauta que nosotros, pero se reía mucho viéndonos bromear entre las olas tras el fulgurante chapuzón.

Como siempre, al final ayudamos a nuestra princesita a entrar poco a poco, animándola a hacerlo pero con cuidado para que no se asustara o se molestase, para que se sintiera segura en todo momento. Nos queríamos mucho.

No parábamos de jugar con el agua, echándonos unos a otros, salpicándonos todo el tiempo, divirtiéndonos de cualquier manera; incluso nadando unos largos pero por zonas por donde no cubría, con prudencia, y siempre bajo la atenta mirada de nuestros padres que no nos quitaban ojo de encima.

Hasta que llegaron unos chicos nuevos con un flotador precioso, como un dónut enorme donde cabían los dos sentados sobre él cara a cara, era genial. Su padre lo agarró firmemente con el brazo por un lateral y se los fue llevando por el agua como si estuvieran sobre una lancha, haciendo que se rieran sin parar. Nosotros nos quedamos embobados mirándolos, no podíamos despegar la vista de ellos, era algo hipnótico; ese flotador era el más grande y bonito del mundo.

Sin darnos cuenta dejamos de jugar, solo nos quedamos observando cómo lo hacían ellos. Nuestro padre se dio cuenta al instante, se acercó adonde estábamos nosotros y empezó a perseguirnos de broma, imitando a un terrorífico monstruo marino aullante y chapoteador del que debíamos escapar, seguramente intentando distraer nuestra atención para que dejásemos de contemplar como tontos a la otra familia. Quizás el pobre solo pretendía que aprendiéramos a ser felices disfrutando de lo que ya disponíamos, para que dejásemos de sentirnos desgraciados por desear lo que tenían los demás.

Al día siguiente, cuando llegamos a la arena, ya estaban allí de nuevo los dos hermanos montados sobre el gran flotador, avanzando con los brazos como si fueran remos, parecía muy divertido. Los tres seguíamos toda la escena de nuevo desde la orilla, inmóviles y muy callados, sin ni siquiera entrar en el agua. Los chicos se dieron cuenta y nos hicieron un gesto para que nos acercáramos, muy cordiales, y allí fuimos junto a ellos, algo nerviosos aunque esperanzados. Pero el salvavidas solo admitía a dos, así que nosotros nos quedamos enganchados desde fuera, agarrados por las manos, e intentamos avanzar los cinco con brazos y piernas como podíamos. Apenas se movía, aquello era un caos de descoordinación, cada uno tiraba para su lado, pero nos lo pasamos en grande.

Dos días después llegamos nosotros primero. Mi hermano empezó a cavar enormes agujeros en la arena junto a la orilla, le encantaba hacer eso a veces, excavaciones arqueológicas según él. Mi hermana y yo nos sumergimos entre las olas, no podíamos esperar. Cuando aparecieron los otros dos con su flotador nos llamaron y nos dijeron que ojalá fuese más grande, así que hicimos turnos para jugar todos sobre él, montándonos por parejas mientras los demás se mantenían sujetos y pataleando. Fueron unos amigos estupendos que compartieron su juguete y nos permitieron disfrutar a todos. Mi padre y mi madre se quedaban vigilándonos bajo la sombrilla, claramente complacidos, siempre tan pendientes de nosotros.

Hasta que al rato un enorme estruendo sonó a nuestro lado en el agua, un inesperado "¡splash!" nos salpicó a los cinco a la cara; fue una impresión difícil de olvidar. Miramos bastante asustados hacia el sitio y era un gigantesco flotador negro del tamaño de un sofá, espectacular. Mi padre sonreía desde la orilla, algo estaba tramando, y entonces lo entendimos todo: había conseguido la cámara interior de una rueda de tractor, algo vieja y con dos enormes parches muy visibles, seguramente para taponar dos antiguos pinchazos.

A la velocidad del rayo, mi hermano y yo nos lanzamos hacia el espectacular flotador negro, era difícil resistirse. Nos costó subir, era alto y grande, nos parecía un submarino recién emergido. Mi hermana no podía, era demasiado pequeña; así que mi padre, después de reírse un rato mirando cómo lo intentaba sin mucho éxito, se acercó y la ayudó a sentarse junto a nosotros. Una vez bien colocados, empezó a darle vueltas en círculo, girándolo sin parar como si fuera una atracción de feria, divertidísimo. Los tres hermanos nos aferrábamos con fuerza para no caernos, costaba mantener el equilibrio, sobre todo cuando nuestro padre intentaba hacernos zozobrar jugando. Más tarde, empezó a remolcarnos haciendo eses mientras corría por el agua sin soltarlo, avanzando con rapidez. Me acabó doliendo el abdomen de tanto reírme, fue una experiencia única.

Los otros dos chicos se quedaron absortos, estaban alucinando. Mi hermano, mi hermana y yo nos miramos durante unos segundos, pero no tuvimos que decirnos nada, lo teníamos muy claro. Le preguntamos a nuestro padre si podíamos invitar a los del flotador más pequeño, fue una decisión unánime de los tres. Él nos gritó: "¡todos a bordo!", riéndose a carcajadas como un bucanero, guiñándonos a los cinco muy contento. No se lo pensaron dos veces, rápidamente soltaron el suyo en la arena e intentaron subir con grandes dificultades, buscando enrolarse en el gigantesco galeón de guerra del temible pirata Barbanegra.

Ayudados por nuestro padre, consiguieron embarcar y ya fueron oficialmente grumetes del navío, tomaron sus posiciones, cerraron un ojo por el parche simulado, muy en su papel, y los cinco emprendimos una aventura fantástica y muy excitante, conquistando los siete mares y descubriendo tesoros ocultos. El padre y la madre de los otros dos chicos se partían de risa por la divertida interpretación que nuestra imaginación nos brindaba, disfrutando del inolvidable momento de sus hijos con sus tres nuevos amigos: nosotros.

A mi padre siempre le fascinaron las películas clásicas de piratas, así que le echaba mucho cuento a la historia, gruñendo y dando órdenes a diestro y siniestro: "¡Arriad la mesana! ¡Grumete, fregarás la bodega o pasarás por la quilla! ¡¿Quién me trae una botella de ron?!"; parecía todo un siniestro capitán recién sacado de un viejo relato, de los de loro, sable curvo, pendientes de aro y sombrero emplumado de corsario. Fue una persona maravillosa, nos encantaba jugar con él.

Ciertamente, aquel enorme flotador negro y parcheado era el más feo del mundo, sin duda, pero también nos pareció el más divertido de todos porque nos permitió a los cinco montarnos juntos, disfrutar de espectaculares peripecias y vivir increíbles aventuras.

FIN

J. J. García Cózar


Este relato está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional

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2 comentarios:

  1. Estupenda y sentida narración. Saludos!

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    1. Gracias, David, por tu visita. Me alegra que te haya gustado, cumplió su objetivo. Cuídate mucho, sé feliz y buena lectura.

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